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Miguel benjumea

Arrogancia y miedo

A propósito de Envases del miedo: Thinking outside the box, un proyecto de Miguel Benjumea

 

"El miedo es uno de los fundamentos de nuestro tiempo."

Ernst Jünger, en La emboscadura, p. 63.

 

“Hay que tener miedo, querido mío. Mucho miedo. Así es como se llega a ser un hombre honrado.”

Jean-Paul Sartre, en Las moscas, p. 51

 

Por Esteban Rodríguez Alzueta

 

 

La arrogancia es una de las características de la época, a medida que se asciende por la escalera social, más arrogantes se vuelven las personas. Una arrogancia que se averigua, en última instancia, en la deforestación del planeta para el monocultivo, la megaminería, la contaminación ambiental, la experimentación genética, los permanentes ensayos nucleares, pero también en las políticas de endeudamiento y ajuste, en la pobreza y la desigualdad social, es decir, en el sobrante poblacional o la prescindencia de la fuerza de trabajo para valorizarse. Los hombres se creen el centro del universo y todo gira a su alrededor. Pero la arrogancia tiene sus costos, de hecho el precio de la arrogancia es el miedo, un mundo lleno de miedo. A medida que los hombres se vuelven más poderosos más frágiles se volverán sus vidas. Un individuo egoísta, que gira exclusivamente sobre sus intereses, que piensa no solo su vida más allá de la vida de los otros, que acota el mundo a su entorno íntimo y a los objetos encantados que va acaparando, es un individuo lleno de miedo.

Fue Thomas Hobbes el primero que captó la relación entre la arrogancia y el miedo. Según una tesis de William Davis en su libro Estados nerviosos, la gran preocupación de la Hobbes era la arrogancia. Este es el mal endémico. Cuando cada uno profesa siempre una mayor confianza en la propia perspectiva que en la de los demás, pero también—agregamos con Hannah Arendt—cuando nos desentendemos del mundo de los otros, y consideramos que los problemas del otro ya no son mi problema, tarde o temprano sobreviene el miedo. El precio de la indolencia será su inseguridad. No es casual, entonces, que las personas arrogantes inviertan mucho tiempo y dinero para sentirse seguras. Más aún estarán nuevamente dispuestas a resignar su libertad o parte de ella para sentirse seguras otra vez. No solo la burguesía financiera se siente cada vez más superpoderosa, también todos aquellos que se alimentan de su caridad. Porque el derrame financiero alcanzará a unos pocos: aquellos que se dedican a asesorarlos en sus apuestas, a encubrir sus ilegalismos, a optimizar o modernizar los recursos humanos que necesitan, a producir las imágenes para encantar las mercancías que les permitirá valorizarse.

El miedo, entonces, es un recurso ilimitado. Los hechos con la potencialidad de ser vistos como fuente de inseguridad constituyen un recurso natural ilimitado. Las personas tienen cada vez más miedo a más cosas: Miedo a la gripe, miedo al cáncer, miedo a perder el trabajo, miedo a no poder dormir de noche, miedo al delito, miedo a la policía, miedo al macho, miedo a no tener vacaciones, a no poder pagar la cuota del auto y perder el estatus de consumo, miedo al sida, miedo al cambio climático, miedo a las inundaciones o a que venga una ola y nos tape, miedo a la soledad, miedo a envejecer, miedo a la calvicie o el mal aliento, miedo a quedarse encerrado, miedo a la verdad, miedo a los extranjeros. Cuanto más arrogantes nos volvemos nos gana la ansiedad y la angustia y sentimos miedo, mucho miedo. Acaso por eso mismo Hobbes dijo que el hombre se vuelve lobo del hombre. La gente se arma para defender a los suyos, cueste lo que cueste, sin darse cuenta que a veces que esas estrategias securitarias recrean las condiciones para sentirse inseguros.

   

Transitamos el mundo con miedo. Estamos en el barrio con miedo y nos movemos por la ciudad con miedo, tratando de esquivar o tocar a la gente, sobre todo a aquellos que tienen otros estilos de vida y pautas de consumo que se corren del microuniverso donde solemos movernos como pez en el agua. Hay en la militada arrogancia, la íntima sospecha de que las cosas se hicieron mal, que durante mucho tiempo, por generaciones, se han pasado escupiendo para arriba y les ha llegado también la hora de pagar cuentas. Por eso el miedo que sienten ahora los vuelve cada vez agresivos. Una agresividad defensiva o, como se dice ahora, preventiva. El miedo los llevará a actuar preventivamente, y por eso están dispuestos a invertir el dinero necesario para agregarle previsibilidad a un mundo que experimentan, y no sin razón, como incierto.

El proyecto Envases del miedo del artista y doctor en Bellas Artes, Miguel Benjumea, que presentó en la Universidad de Valencia es una invitación a reflexionar sobre la centralidad que tiene el miedo en nuestra vida cotidiana. Como el miedo a ido circunscribiendo y reconfigurando nuestros entornos, acotándolos a los grupos afines, ha ido modificando las maneras de habitar la ciudad. Un miedo que tramitan a través del mercado: Decime cuál es tu capacidad de consumo y te diré hasta dónde llega tu miedo, todo lo que tienes que invertir para sentirte cada vez más seguro. El tamaño de los miedos dependerá de la capacidad adquisitiva.

Cada uno de esos envases son maneras de prevenir el miedo, de evitar ser sorprendidos por situaciones desagradables que se quieren conjurar. Una novedosa farmacopea con la capacidad de espantar los fantasmas que los asedian.  

Durante mucho tiempo el miedo era una pasión femenina, una emoción que solo podían manifestar las mujeres, los niños y los ancianos. Pero en las sociedades del riesgo, el miedo se ha democratizado o, mejor dicho, se ha ido generalizando. Todas y todos debemos sentir miedo. El miedo es un deber social pero también la oportunidad para ganar prestigio. Cuando la seguridad se compra y se vende, el miedo puede convertirse en una forma de estatus social, en otra estrategia de diferenciación social. La cultura del miedo se confunde con el mercado del miedo.

   

Mi madre parió dos hijos, a mí y a mi miedo. Esas son las palabras que eligió Thomas Hobbes en sus escritos autobiográficos. Un individuo egoísta, que gira sobre sí mismo, cada vez más ensimismado, replegado sobre sus propios intereses, es un individuo altanero, que se cree el centro del universo. Es esa misma arrogancia la que detona su miedo.   

El miedo producto de la arrogancia nos mete en un círculo vicioso del que resulta cada vez más difícil escaparse. La arrogancia nos conduce al miedo pero las respuestas que ensayamos para pilotear el miedo nos vuelven más arrogantes y, por tanto, se recrean las condiciones para sentir más miedo. Porque como escribió Benjumea, el miedo es relativo: “Se trata de un fenómeno que se manifiesta de forma inversamente proporcional a la existencia de un peligro real. Es decir, que suelen ser más temerosos quienes menos conviven con el peligro”.

 

Thinking outside the box es un proyecto de intervención en el espacio público que pretende abrir un espacio para la reflexión. Benjumea se propone hacer real y tangible los fantasmas que asedian a la gente, envasando sus fobias, la fuente de sus angustias que provocan su arrogancia en contextos de alarma social y pánico morales: “Se invita a que el público pueda cuestionar sus miedos y al manejar los diferentes envases descubrir y propiciar un dialogo y discurso en relación a cómo se construyen y propagan los temores, y el peso que los relatos de ficción tienen en la extensión de un miedo que acaba siendo una forma de dominación, que nos lleva a aceptar formas abusivas de protección y a respuestas defensivas que nos hacen sentir más vulnerables. Quizás como indica la expresión anglosajona “Thinking outside the box” que da subtitulo al proyecto, es hora de cambios, de evitar pensar de la misma manera, de cambiar la percepción bajo otras premisas, dejar atrás las ideas preconcebidas de las que uno no se da cuenta pero que terminan por dominarlo”.

Miguel Benjumea 

Es Doctor Cum Laude con la tesis «Cartografías Disidentes. Fenomenologías Urbanas, Mapas y Transgresión Artística», Master en Artes Visuales e Intermedia y Licenciado en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia. Su trabajo ha ido derivando y se centra en un campo en el que se encuentran elementos que provienen de varias estrategias de producción cultural como el archivo, los mapas y el sonido. Su trabajo visual revisa las tensiones históricas presentes en la definición de territorio. Investiga, además, el problema del nuevo desorden geográfico mundial.

Asimismo, le interesan los cruces entre microhistorias, cultura popular e historia universal. Relaciones que aborda apropiándose de dispositivos y formatos culturales ya existentes, que le sirven como pretexto para cuestionar ciertas realidades sociales. Ha impartido cursos y ponencias sobre la necesidad de reescribir la geografía a través de la práctica artística. Ha desarrollado su investigación teórica en diferentes ciudades como Nueva York, donde estuvo becado en The Carriage House Center for the Arts. Su obra artística ha sido plasmada en varias publicaciones. Ha recibido diversos premios en certámenes y ha expuesto en numerosas salas y centros de arte a lo largo del panorama nacional.

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